La automatización como herramienta de la creatividad y de la productividad
Las inteligencias artificiales ya son capaces de escribir como Hemingway, pintar como Dalí y componer como Beethoven.
La creatividad es uno de los rasgos humanos más distintivos y hasta hace muy poco se le consideraba su patrimonio exclusivo. Inventar o crear es generar algo nuevo y ya no somos los únicos que podemos hacerlo.
Las computadoras han sido una herramienta excepcional para acelerar toda actividad humana y la creación no es excepción, pero luego de un desarrollo veloz y también extraordinario, las máquinas ya no son solamente nuestros más eficaces auxiliares, son también impresionantes creadores.
DALL-E (cuyo nombre fusiona los del robot WALL-E y del artista Salvador Dalí), es una tecnología de red neuronal que “crea imágenes y arte realistas a partir de una descripción en lenguaje natural”, editando sombras, reflejos, texturas y composición de imágenes a partir de descripciones simples de sus elementos y también del estilo requerido con resultados estéticamente sorprendentes.
Softwares de redacción de contenido como Generative Pre-trained Transformer 3, (GPT-3) utilizan un modelo de lenguaje para convertirse en escritores versátiles y versados capaces de escribir notas periodísticas, guiones de cine, libros e incluso artículos de opinión, prácticamente imposibles de diferenciar de uno redactado por una persona, además de ser capaz de traducir y corregir ortografía; lo cual eleva y con razón los índices de preocupación sobre la no posible, sino real amenaza a los trabajos humanos, pues Microsoft ya despidió a 50 periodistas de su plantilla para reemplazarlos con inteligencia artificial (lo que algunos consideran que prueba que ese trabajo humano ya estaba en cierto grado automatizado).
Las inteligencias artificiales ya son capaces de escribir como Hemingway, pintar como Dalí y componer como Beethoven. Esto último lo logró David Cope con EMI (‘Experiments in Musical Intelligence’), donde una IA (Inteligencia Artificial) creó una nueva melodía imitando al compositor alemán.
La automatización, ese proceso en que se limita y hasta se elimina de ciertas tareas la intervención humana, tiene como resultado optimizar las operaciones, limitar costos, reducir tiempos y ofrecer calidad y también consistencia, resultando en mayor productividad y confiabilidad, es decir una utopía para la industria, pero también para los particulares. De manera asombrosa y para algunos también alarmante, los humanos nos beneficiamos todos los días de tecnologías menores pero similares, como herramientas para generar diseños, imágenes, videos y textos de alta calidad y en poco tiempo, personalizados a nuestras necesidades, pero también aunque no siempre predecibles y semejantes.
Con más preguntas que respuestas sobre las implicaciones pero también posibilidades de dichas tecnologías, las propias IA ofrecen una visión esclarecedora sobre el escenario. Al citar ventajas y desventajas de su uso, la propia GPT-3 considera que uno de sus peores efectos es que “carezca de originalidad, ya que ha sido generado por una máquina”.
La originalidad es la singularidad en la creatividad y proviene de las referencias e influencias pero también de las experiencias. Nuestro cerebro ofrece un proceso inventivo personal y por eso mismo también único, que en combinación con las tecnologías se transforma en una segunda etapa de selección, descarte y edición, que se vuelve de ese modo más avanzado, más rápido, más eficiente, es decir, mejor.
Somos nosotros, con nuestro bagaje cultural y sobre todo las complicadas e intrincadas maneras en que nos relacionamos socialmente quienes otorgamos la originalidad a las creaciones de este nuevo presente, trabajando conjuntamente la inteligencia natural con la artificial para lograr nuevos resultados, como los presentados en una exposición de arte en San Francisco bajo el nombre “Artificial Imagination”.
Estamos ante una nueva creatividad que como toda noción moderna tiene un equivalente clásico, pues fueron los grandes maestros renacentistas quienes dejaban que sus ayudantes pintaran la mayoría de sus cuadros, encargándose de los toques finales de una visión interior que no importaba quien ejecutaba pero sí quien firmaba.